lunes, 16 de diciembre de 2013

Crítica: The Hobbit: The Desolation of Smaug

Aunque sigo sin estar del todo convencido sobre el proyecto vanidoso de Peter Jackson para inflar una adaptación de una historia para niños de J.R.R. Tolkien de 1937 en forma de una precuela de tres partes de The Lord of the Rings, al menos con el capítulo medio, The Desolation of Smaug, vemos hacia dónde está apuntando el director. Se trata de una aventura ideal para todas las edades, cargada con escenas de pelea de ritmo rápido, grandes efectos especiales y personajes secundarios que sólo puedes amar u odiar.

En términos de tono y ritmo, esta película se siente más como The Adventures of Robin Hood de Errol Flynn que como algo proveniente de Tolkien, aunque no es un mal modelo. Ya es tiempo de aceptar que Jackson ha tomado prestado el argumento y los personajes de The Hobbit para su propia empresa de escala tipo George Lucas, la cual ahora luce mucho más prometedora después de que el primer episodio fuera un poco aburrido, confuso y demasiado pintoresco.

Jackson y sus colaboradores pueden afirmar plausiblemente que han basado la mayor parte de The Desolation of Smaug en la obra de Tolkien, pero no necesaria o exclusivamente en el texto original de The Hobbit. Han saqueado exhaustivamente cada nota o referencia entre paréntesis de The Lord of the Rings que pueda arrojar algo de luz de los acontecimientos de The Hobbit, lo que conduce a la interpolación e invención de todo tipo de personajes controvertidos que no se encuentran en el libro.

En la primera película de la trilogía, por ejemplo, nos encontramos con el lamentable mago Radagast the Brown (Sylvester McCoy), con su cabello lleno de excremento de pájaro y trineo jalado por conejos. A pesar de que este personaje sí es mencionado en los libros de The Hobbit y The Lord of the Rings, en ellos nunca aparece en persona, y de hecho vuelve a presentarse en The Desolation of Smaug con un rol menos importante.

Por otra parte, Elrond (Hugo Weaving) y Saruman (Christopher Lee) no reaparecen en la secuela, y el papel de Gandalf (Ian McKellen) se mantiene bastante en segundo plano, aunque todos ellos es un hecho que volverán en el episodio final. Algo interesante es que Legolas (Orlando Bloom), uno de los personajes más queridos de The Lord of the Rings, llega de la nada y tiene la misión de ayudar a Bilbo y a su banda de enanos vengativos a sobrevivir a una ola de orcos merodeadores y a llegar a The Lonely Mountain.

Esto es algo complicado de entender para los fans, ya que Legolas nunca aparece en el libro de The Hobbit, lo cual no es de sorprender ya que Tolkien aún no lo había inventado, pero incluso los seguidores más asiduos del autor admitirán que hay cierta lógica al introducirlo en la historia. Después de todo, los elfos viven por miles de años, y el arrogante padre de Legolas, Thranduil, es una figura importante en la historia de The Hobbit

Pero eso no es todo. También está la guerrera elfa de nombre Tauriel (Evangeline Lilly) y su tempestuoso triángulo amoroso con Legolas y el enano Kili. Estoy cien por ciento seguro que esta parte es totalmente inventada, pero no es algo que en realidad moleste. Es decir, introducir una historia de amor entre una elfa rebelde y un enano va más allá de lo que Tolkien hubiera tolerado, pero equivale a una declaración de independencia por parte de Jackson. Esta trilogía se ha convertido en algo propio y libre, más que en una adaptación, y si bien hay mucho de eso que en lo personal yo hubiera hecho de otra manera, es buen entretenimiento en sus propios términos.

A pesar de que muchas personas sintieron que la primera película era un poco lenta, la acción en The Desolation of Smaug se siente más viva y presente. Por ejemplo, tenemos un misterioso viaje con Gandalf y Radagast a una espeluznante cripta de la cual, sus nueve ocupantes han escapado. Cuando no estamos ocupados viendo escenas de romance con las bellezas elfas, el valiente Bilbo, el corpulento Thorin y sus compañeros luchan contra arañas gigantes y grupos de orcos asesinos liderados por Azog the Defiler, o escapar del reino de Thranduil en barriles y entrar de contrabando a Laketown gracias al barquero en conflicto Bard, quien después jugará un papel importante en la batalla contra Smaug.

A pesar de que la mayoría de los enanos (a excepción de Thorin) mantiene una esencia británica, los gloriosos escenarios de libro de cuentos de hadas están llenos de impresionantes personajes secundarios, desde Bard y el corrupto Master of Laketown (Stephen Fry) hasta el vanidoso Thranduil y Beorn (Mikael Persbrandt), el oso-hombre que cambia de forma a placer. Por su parte, Martin Freeman (Bilbo) no tuvo una gran impresión en mí como en la primera película gracias a su comedia doméstica, ya que en este capítulo, debido a su uso continuo del anillo para eludir a las arañas, los orcos y los elfos, hace que adquiera un comportamiento cada vez más parecido al de Gollum. 

En el último tercio de la película, Bilbo logra entrar al reino subterráneo de los enanos, Erebor, y se encuentra cara a cara con Smaug. Con la voz de Benedict Cumberbatch, el dragón es una presencia imponente, lograda gracias a los impresionantes efectos especiales. Él, Jackson y Bilbo, nos dejan colgando de un acantilado narrativo y sin aliento, esperando por el enfrentamiento final.

No cabe duda que gran parte de la magia, el misterio y la simplicidad que han hecho del trabajo de Tolkien algo tan llamativo se sacrificó aquí gracias a las demandas de una excelente pero esencialmente familiarizada película de acción y aventuras con montones de efectos por computadora, más cercana en forma y espíritu a The Avengers que a un cuento de hadas metamorfoseado de Tolkien.

Por una parte, siento un poco de tristeza por eso, pero uno también puede quejarse de que los niños de ahora no van a la ópera o que no leen a Virgilio en su idioma original, aunque siempre habrá un puñado de gente que todavía hace y seguirá haciendo esas cosas. A pesar de que Jackson se ha alejado mucho de The Hobbit con trineos impulsados por conejos, personajes inexistentes de la obra original y disturbios amorosos élficos, para fortuna de los más puristas, el libro que empezó todo siempre estará ahí para ellos. 


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martes, 10 de diciembre de 2013

Crítica: The Frozen Ground


Hay varias razones por las que una persona podría estar emocionada por The Frozen Ground, el debut como director de Scott Walker. Algunas de ellas incluyen a Nicolas Cage, John Cusack y 50 Cent. Esta película, la cual se lleva a cabo en los alrededores de Anchorage, Alaska de 1983, cuenta con algunas decisiones de elenco interesantes. Está protagonizada por Nicolas Cage, quien toma el papel de un policía estatal moralmente recto llamado Jack Halcombe.

Apenas dos semanas antes de que él fuera llamado a dejar el cuerpo de policía para un trabajo con una compañía petrolera, se queda enganchado gracias al intento de captura de un asesino en serie, Robert Hansen (John Cusack), que durante años ha violado y asesinado a varias mujeres jóvenes para después enterrar sus cuerpos en el despoblado.

50 Cent también tiene un papel relativamente menor como proxeneta y cuyo nombre es Clate Johnson, mientras que Vanessa Hudgens interpreta a una prostituta de 17 años de edad, quien se las arregla para escapar de la abducción de Hansen al principio de la película, lo que la convierte en la única persona que puede testificar en su contra. 

Así que ahí lo tienen, un guión básico y actores que hacen de esta película algo atractivo. Pero los espectadores, buscando una historia de crimen o una clase de parodia debido a la combinación de Cage y 50 Cent, no encontrarán nada por el estilo, ya que The Frozen Ground se toma a sí misma demasiado en serio como para llegar a eso.

La película está basada en hechos reales y de hecho, Robert Hansen fue un asesino en serie quien logró estar bajo el radar como panadero de pueblo y hombre de familia que al mismo tiempo asesinó a 21 mujeres durante el transcurso de tres años. Jack Halcombe está inspirado también en el detective real, Glenn Flothe, mientras que Cindy Paulson, el personaje de Vanessa Hudgens, también existió y es al final de la película que sabemos que gracias a su realización es que se cuenta por primera vez su historia.

Uno de los principales problemas de la película es que ésta no trata sobre Paulson, Halcombe o Hansen. En su fidelidad con los eventos reales, se vuelve un filme que cuenta la historia de estos personajes pero que al mismo tiempo mantiene una distancia segura de todos ellos. Esto es desafortunado, ya que The Frozen Ground pudo haber sido un thriller psicológico convincente en la misma línea que Insomnia de Christopher Nolan o una cinta de cine negro como Bad Lieutenant: Port of Call New Orleans, en donde Nicolas Cage actúa como un sargento de policía drogadicto.

The Frozen Ground es, en su lugar, una historia de crimen muy vaga y fácilmente olvidable, la cual se pudo haber visto beneficiada con un mayor desarrollo de los personajes o al menos con un enfoque de la narrativa en un protagonista central. Sin embargo, esto hubiera sido una difícil decisión, ya que las historias de los tres son igualmente convincentes, pero haberse quedado indecisa en este aspecto fue un grave error de la película. Si hay un personaje principal por defecto es quizás el detective Halcombe, pero la atención que recibe no es siquiera la suficiente y el papel que tiene su esposa (Radha Mitchell) puede ser totalmente ignorado.

Todo esto no es para dar a entender que la película carece de tensión dramática o que es totalmente plana. Sí hay momentos de presión, por ejemplo cuando el personaje antisocial de Cusack se encuentra vagando por los barrios bajos de Anchorage en la búsqueda de Paulson o cuando Halcombe finalmente logra interrogar al asesino serial. A pesar de esto, mi recomendación es mantenerse alejado de esta película y optar por alguna otra opción, sobretodo después de la salida reciente de varios thrillers a los que sí vale la pena echarles un ojo. 


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lunes, 2 de diciembre de 2013

Crítica: Captain Phillips

De vez en cuando escuchamos en las noticias historias de piratas en los altos mares, las cuales casi siempre evocan la misma pregunta: ¿aún existen piratas en el mundo actual? La realidad es que sí y en la nueva película de Paul Greengrass, Captain Phillips, aprendemos un poco de cómo son y por qué y cómo hacen lo que hacen.

La historia de la película está basada en el secuestro de la vida real del barco Maersk Alabama que tuvo lugar en el 2009 y en las memorias de Richard Phillips, su capitán. Tom Hanks es excepcional en este papel y nos muestra una actuación muy diferente de aquellos roles en los que estamos acostumbrados a verlo.

Sean cuales sean las explicaciones políticas y la resonancia emocional a la que Greengrass está apuntando, Captain Phillips es más que nada una impresionante historia de aventura marítima. La película comienza con Phillips preparándose para zarpar; estará viajando desde Omán hasta Mombasa, Kenia. Él y su tripulación saben que existe la posibilidad de ser víctima de la piratería, de hecho están entrenados para ello, pero parece una amenaza de bajo nivel, sólo otra casilla más para marcar mientras se preparan.

Sin embargo, Phillips es un hombre tranquilo que no convive mucho con la tripulación. Para él todo se trata de trabajar y nunca charla con los demás hombres del barco mientras éstos disfrutan de su descanso. De hecho, cuando cree que ya se han relajado lo suficiente, los manda de vuelta a trabajar, de una forma directa y sin rodeos.

Después Greengrass nos lleva a Somalia, donde una clase diferente de preparación se está llevando a cabo. Un caudillo militar local que, obviamente aterroriza a los habitantes del pueblo, llega y le reclama a la gente, diciéndoles que necesitan obtener más dinero, y apoderándose de algunos barcos es la manera de hacerlo. Su comportamiento, y sus matones, dejan bien en claro que esto no es una negociación sino una orden.

Así que un hombre llamado Muse (Barkhad Abdi) y otros se dirigen al mar en frágiles lanchas de motor, buscando una embarcación que pudieran robar. Cuando descubren el Maersk Alabama, creen que se han ganado la lotería y después de mucho estira y afloja, logran subir al barco y exigirle dinero a Phillips y a la tripulación. Es casi surrealista ver a estos cuatro hombres bien armados tomando el control del buque.

Al parecer nuestra tarea como espectadores es establecer paralelismos entre Phillips y Muse. Ambos son capitanes de una tripulación con la que no están relacionados y los dos están buscando tener el control. Es un concepto interesante, pero los acontecimientos conspiran para empujarlo a un segundo plano. Sin ir muy lejos, en el último tercio de la película, la Marina de Estados Unidos y sus equipos SEAL son llamados a la acción.

De nuevo, parece una situación del tipo David contra Goliat y en algunos aspectos la es, aunque involucra más que dominar al oponente. Se necesita estrategia, paciencia y una inmensa concentración. Aquí, al igual que representa la razón por la que los somalíes recurren a la piratería, Greengrass nos muestra por qué las cosas suceden de la manera en que lo hacen. Las soluciones fáciles son raramente tan simples como nos imaginamos.

Hanks brilla como el reservado Phillips, sin ningún encanto de sus tradicionales papeles de chico bueno. Y en una escena al final, otra vez sin echar a perder las cosas, su actuación es simplemente asombrosa. Abdi es también fantástico; Muse no es sólo un matón sin sentido, es un hombre atormentado que es empujado a una situación desesperada.

Greengrass trae la urgencia de las películas de Bourne que dirigió a las actuaciones de su nueva cinta, con cámaras de mano que se suman a la inmediatez. Esto es particularmente efectivo cuando la acción se desplaza a un escenario más claustrofóbico. La aventura del Capitán Phillips no está destinada a ser viento en popa, pero en general, es un viaje que vale mucho la pena compartir con él.

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