lunes, 23 de junio de 2014

Crítica: Transcendence

La mejor manera de describir Transcendence, el primer largometraje dirigido por el director de fotografía de Christopher Nolan, Wally Pfister, es pensar en ella como un complemento de la película de romance de una inteligencia artificial de Spike Jonze llamada Her. Ambas cintas se llevan a cabo en un futuro no tan distante, en donde la línea entre la tecnología y la conciencia humana se ha vuelto infinitamente delgada. En las dos, un protagonista humano se enamora de una entidad digital, cuyo estado ontológico no es muy claro: ¿es una persona, sin un cuerpo vivo, cuyos recuerdos, pensamientos y sentimientos son codificados como datos en una máquina, una persona? En ambas películas, las consecuencias de este intento de amar a través de la barrera hombre-máquina son imprevisibles, de largo alcance, y potencialmente destructivas para el mundo civilizado.

Transcendence no es tan elegante, ingeniosa o perspicaz como Her. Pfister y el guionista Jack Paglen lidian de manera pesada con los problemas éticos y filosóficos en la premisa de la película. En realidad, ésta comienza bien, con una historia de ciencia ficción bastante ambiciosa, hasta que llega el desarrollo sin sentido del último acto, donde el filme se cae a pedazos. Johnny Depp interpreta a un visionario tecnológico solitario de nombre Will Caster, quien junto a su brillante y amada esposa Evelyn (la esbelta Rebecca Hall) ha creado una supercomputadora de nombre PINN, la cual está conformada por un cuarto entero lleno de servidores y procesadores que intenta emular la conciencia humana.

Las únicas dos personas vivas lo suficientemente listas para entender esta tecnología son el neurobiólogo amigo de los Caster llamado Max (Paul Bettany) y su antiguo colega Tagger (Morgan Freeman), un guru de la inteligencia artificial en un laboratorio de ciencia por computadora. Mientras que los Caster están dando una plática sobre las emocionantes implicaciones del mundo real de sus avanzados descubrimientos, el laboratorio de Tagger es destruido y su equipo completo es asesinado en una ataque de un grupo terrorista dirigido por una rubia decolorada Kate Mara, a quien muchas reconocerán de House of Cards.

En un segundo y casi simultáneo, ataque terrorista, Will es rozado por una bala que ha sido mezclada con radiación, haciendo que le queden pocas semanas de vida. Evelyn, que trabaja para salvarlo por todos los medios necesarios, hace una propuesta desesperada como último recurso: antes de que Will muera, codificarán su función cerebral, incluida su memoria, sus emociones y su lenguaje, en los servidores de PINN, para que su conciencia pueda vivir después de que su cuerpo físico esté muerto.

Suena como a un buen plan ¿verdad? Sin embargo, como Victor Frankenstein puede atestiguar, usurpar el lugar de Dios como el creador de la vida tiene una manera diferente de funcionar a como uno pensaría. A sólo unos minutos después de entrar en línea después de su muerte corporal, Will, a primera vista sólo como una línea de texto en una pantalla de computadora, solicita acceso a la información sobre el sistema bancario mundial y las bases de datos educativas. Estas luces de alerta pasan desapercibidas por el éxtasis de Evelyn, cuya alegría de reencontrarse con su amado es tal que destierra a su colaborador, Max, cuando expresa su escepticismo sobre los motivos de cualquier cosa o persona que está haciéndose pasar por Will.

En la segunda mitad de la película, Evelyn, quien se convierte en una de las mujeres más ricas del mundo gracias a las artimañas de Will, se muda a un pueblo desierto llamado Brightwood para construir un recinto científico en forma de secta que albergará la siempre en expansión y ambiciosa conciencia de su difunto marido. Es en estas escenas en donde Pfister presume los efectos a gran escala que mostró en las películas de Nolan como Inception y The Dark Knight. Muchos de ellos son espectaculares para la vista y el motor de romance que mueve la cinta hacia delante no es ni insulso ni sentimental.


Dejando a un lado los elementos de ciencia ficción, Transcendence cuenta la historia de una mujer compulsiva atrapada en una mala relación con un hombre muy poderoso, una situación que puede influir en el drama incluso si el hombre en cuestión no evoluciona a la velocidad de la luz en una conciencia digital omnisciente. Sin embargo, los últimos 20 minutos echan todo a perder, ya que probablemente nos llevan más a territorio de Nicholas Sparks de lo que probablemente el director tenía planeado y derrocha mucha de la buena voluntad del espectador en el camino.

Transcendence plantea una pregunta más ominosamente que Her en el pasado y que muchos esperamos que futuras películas de ciencia ficción aborden: si tu amante virtual hiperconectado te puede observar a cada minuto mientras duermes, mientras conduces, comes a solas en una habitación con su imagen flotando en una pantalla ¿cuál es la diferencia entre la devoción y la vigilancia? Hubo un toque de terror psicológico en las escenas finales entre la Evelyn desencantada y el cada vez más controlante Will que hacen pensar que Pfister pudo haber tenido un muy buen thriller de ciencia-ficción con él. 


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miércoles, 4 de junio de 2014

Crítica: X-Men: Days of Future Past

X-Men: Days of Future Past no se siente como una película de superhéroes, al menos no en el sentido tradicional. Sí, hay escenas de acción, pero muchas están cubiertas con poca utilidad. Las batallas se convierten en masacres con los "chicos buenos" en el lado equivocado de la carnicería. Una bocanada del apocalipsis flota en el aire, lista para descender y borrar todo. No había sido desde The Dark Knight Rises que una película con personajes heroicos familiares tomara ese camino sombrío y poco convencional. Para reiniciar la franquicia de X-Men, el director Bryan Singer, quien dio vida a estos personajes en la pantalla grande hace 14 años, decidió elaborar una compleja y continua pesadilla, pero que al final resulta ser bastante efectiva.

X-Men: Days of Future Past corresponde más al género de ciencia ficción que al de acción sacada de un cómic. Las influencias de Terminator son inmediatamente obvias. Atrapados en un 2033 devastado por la guerra, los X-Men se enfrentan a la aniquilación provocada por los Centinelas, enormes criaturas de guerra creadas con un propósito: acabar con todos los mutantes y con todos aquellos que los ayuden. La Tierra se ha convertido en un campo de muerte gigante. Los X-Men, incapaces de derrotar a los Centinelas, colocan todas sus esperanzas en un último esfuerzo: enviar a uno de los suyos al pasado para evitar su creación. El único que podría ser capaz de sobrevivir a dicho viaje en el tiempo es Wolverine (Hugh Jackman) debido a sus poderes de regeneración, por lo que al final es él el elegido. 

Su mayor desafío demuestra que no solo debe detener al creador de los Centinelas, Boliver Trask (Peter Dinklage), sino reunirse con los Charles Xavier (James McAvoy) y Magneto (Michael Fassbender) de 1973 para trabajar juntos y salvar el futuro. En la mira se encuentra la cambiaformas de piel azul Mystique, a quien deben detener de matar a Trask para que los hechos desastrosos en el futuro no se lleven a cabo, ya que es gracias a su ADN que los Centinelas pueden transformarse a placer en cualquier mutante, lo que los convierte en seres prácticamente inmunes. Para Xavier, eso significa tratar de convencerla de no cometer dicho delito. Para Magneto, se traduce en simplemente matarla para evitar la catástrofe y para Wolverine, atrapado en el medio, la situación se vuelve cada vez más desesperante.

Sería justo categorizar la historia de X-Men: Days of Future Past como "densa". No es una de esas tramas que complace a la pereza intelectual. Los relatos de viajes en el tiempo, incluso aquellos que se rigen por un conjunto establecido de reglas, son siempre un reto. Hay batallas y escenas de acción en abundancia, pero, con excepción de una secuencia juguetona que ofrece un mutante veloz llamado Quicksilver (Evan Peters), la mayoría están impregnadas de un sentido de desesperación. No hay grandes momentos de triunfo heroico y la victoria viene de algo más existencial que de darle una paliza a un chico malo.

Tampoco existe un único villano que sea fácilmente identificable. En 2023, los Centinelas llevan el manto, pero son exterminadores implacables: máquinas sin alma o conciencia. En 1973, según el momento, se puede ver a Trask, Magneto, Mystique, o incluso a Xavier como el antagonista, pero todos tienen razones legítimas para su comportamiento. Trask busca la paz, Magneto lucha por la salvación de su especie, Mystique quiere venganza contra alguien que sacrifica a sus amigos y Xavier desea la liberación del dolor. También existe un mensaje dentro de X-Men: Days of Future Past. La creación y aceptación de los Centinelas representa el deseo de ceder la libertad por la seguridad y tiene consecuencias trágicas. Éste no es un mensaje único, sobretodo en películas de ciencia ficción, pero Singer hace un buen trabajo al transmitirlo sin llegar al sermoneo.

A este director, quien regresa a X-Men después de una ausencia de 10 años, se le dio la tarea de completar un reboot que inició con X-Men: First Class. Para lograrlo, tomó una página del manual de Star Trek de J.J. Abrams y usó el viaje en el tiempo y el concepto de multiversos, así como caras conocidas para brindar un poco de vinculación, como por ejemplo Hugh Jackman como Wolverine, Patrick Stewart como el Professor X e Ian McKellan como el Magneto de edad adulta. Para aquellos que sintieron que X-Men: The Last Stand fue una pobre salida para muchos de estos personajes, X-Men: Days of Future Past será capaz de calmar un poco la herida. 


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domingo, 1 de junio de 2014

Crítica: Maléfica

Como una combinación visual de Walt Disney, James Cameron y Arthur Rackham, Maléfica es uno de los espectáculos más notables de la actual época de efectos especiales por computadora, los cuales, para esta cinta, fueron creados por Robert Stromberg. Gran parte de la película se lleva a cabo en una tierra de hadas que gradualmente se transforma en oscuridad, mientras que el resto lo hace desde un castillo corrupto que parece salido de Game of Thrones.

Sin embargo, el efecto visual más grande y eficaz en Maléfica es la sarcástica Angelina Jolie en el papel de la protagonista, quien actúa como una hada traicionada y vengativa que seguro impresionará a todas las chicas adolescentes que la vean. Sí, su escultural figura y rostro reconocible fueron mejorados con la magia digital. Sus pómulos reales, aunque impresionantes, no son tan exagerados y el brillo verde en sus ojos es artificial, además de que tampoco tiene cuernos en la vida real. Sin embargo, la majestuosa postura, el dolor interiorizado, el orgullo herido y el acento inglés combinado con la pantomima de la villana, todo ello es propio de Jolie.

Muchos críticos están otorgando calificaciones mediocres a Maléfica y entiendo perfectamente por qué. La película es un revoltijo estilístico, en donde casi todo lo que contiene se asemeja de una u otra manera a las numerosas cintas y series de televisión de fantasía de los últimos 15 años. Pero la audiencia a la que Disney se está enfocando con este filme no son los periodistas de mediana edad, sino las chicas que están en una etapa temprana de la adolescencia, e incluso novios, padres y hermanos, quienes disfrutarán de una fábula ligeramente subversiva de venganza y solidaridad femenina. 

La veterana guionista de Disney, Linda Woolverton, tiene una mano experta en este género y tipo de audiencia; al fin y al cabo, ella fue quien escribió Beauty and the Beast, The Lion King y la adaptación de Alice in Wonderland de Tim Burton. Pero esta película se siente especialmente como una labor de amor. Es fácil criticar a la casa de Mickey Mouse por sus crímenes ideológicos y estéticos durante décadas, pero en la era de John Lasseter, las películas de Disney han hecho un esfuerzo concertado para representar a los personajes femeninos desde una perspectiva diferente, convirtiéndolos en protagonistas de sus propias historias en lugar de inocentes y virginales amas de casa o intrigantes brujas. No me malinterpreten, Blancanieves es un gran largometraje y un hito en la historia de la animación, pero ¿qué es lo primero que ella hace cuando se muda a casa de los enanos? Lavar los platos.

Maléfica se aleja totalmente de eso. Interpretada como una niña por Isobelle Molloy y después por Ella Purnell, ella comete el grave error de enamorarse profundamente de un chico llamado Stefan, proveniente del reino humano contiguo, el cual está plagado, por supuesto, de corrupción y mentira. Esta acción no termina solo en angustia, sino también en un terrible acto de traición, una violación metafórica que oscurece repentinamente el humor de la película. Hay muchas maneras de interpretar lo que sucede entre Stefan y Maléfica: por un lado, las personas aburridas pueden reclamar que esta película enseña a las niñas a odiar y temer a los niños, mientras que otras (igualmente aburridas) pueden verlo como un argumento a favor de la castidad. Una tercera lección mucho más simple también está disponible: las niñas no deben sacar su autoestima de los niños y las promesas de amor verdadero, a pesar de ser seductoras en el momento, no son de fiar. 

Después de cometer este terrible acto, Stefan llega al trono de su reino y tiene una hija; como muchos podrán recordar de narraciones anteriores de la historia, Maléfica aparece sin ser invitada en el bautizo con un regalo inesperado. Sabemos a dónde va todo esto, o al menos lo hacemos en su mayoría. Pero Jolie domina cada escena en la que aparece, incluso cuando la historia revierte la fórmula, ya que el guión de Woolverton tiene algunos trucos bajo la manga. Es perfectamente cierto que Elle Fanning impresiona poco en el papel de Aurora, al igual que Sharlto Copley, el rey Stefan, o incluso el mismo trío de hadas cómicas (Lesley Manville, Imelda Staunton y Juno Temple) pero ninguno de ellos es el verdadero héroe o villano de la trama.


Las palmas de la película se las lleva Jolie y a pesar de que Maleficent sí falla en varios aspectos, al final es una aventura amigable que sugiere que a veces el amor puede convertirse en una trampa, pero su principal lección nos dice que las familias que construimos y descubrimos mientras crecemos pueden ser mejores, en algunas ocasiones, que incluso aquellas en las que fuimos criados. 


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