martes, 7 de enero de 2014

Crítica: The Secret Life of Walter Mitty

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El recuento del director y protagonista Ben Stiller de The Secret Life of Walter Mitty es una fábula seria (pero no del todo eficaz) que habla sobre escapar del bache de la vida cotidiana y aprovechar el cambio. Muy vagamente basada en la historia corta de 1939 de James Thurber (que fue llevada con anterioridad a la pantalla grande en 1947 y protagonizada por Danny Kaye), la adaptación de Stiller representa al personaje principal como un buen hombre que lleva una vida monótona y rutinaria.

Los elaborados sueños de día de Walter implican fantasías de sí mismo como héroe de acción o explorador romántico. Pero en realidad, es un hombre tranquilo, con una vida tan aburrida que un representante implacablemente útil del centro de llamadas eHarmony trata de ayudarlo a mejorar su perfil en línea para que pueda obtener algunas visitas. Pero la intención de Walter no es esa, sino la de captar la atención de Cheryl (Kristen Wiig), una compañera de trabajo que también tiene su propio perfil en eHarmony.

La anticuada profesión de Walter implica el manejo y catalogación de negativos de fotos para la revista LIFE. La era digital ha terminado por absorber a la venerable publicación, cuyos nuevos propietarios deciden cancelar la edición impresa y mover la operación completa al mundo en línea, por lo que los despidos son inminentes.

La tarea de Walter en este último movimiento consiste en proporcionar a sus nuevos jefes la imagen que adornará la edición final impresa de LIFE, una foto tomada por el legendario reportero gráfico Sean O'Connell (Sean Penn en un cameo extendido) quien todavía hace su labor a la antigua. Pero aquí está el problema: el negativo de la foto en cuestión ha desaparecido y Walter, temiendo por su trabajo, decide que tendrá que localizar a O'Connell en Groenlandia para conseguirla, o al menos algunas respuestas, ya que O'Connell no tiene un teléfono celular y es difícil contactarlo. El viaje verá a Walter comenzar a vivir algunas de las mismas aventuras con las que hasta ahora sólo había fantaseado.

Uno de los problemas de la película es que la vida secreta del protagonista no tiene ninguna conexión real con lo que quiere ganar: el corazón de Cheryl. Ella no está al tanto de sus hazañas en el extranjero, viendo sólo al hombre cambiado cuando regresa, más seguro y presentable. Sí, sus aventuras le dan confianza, pero también lo haría una membresía de un gimnasio y un bronceado de un día en la playa. Y las propias fantasías, a pesar de que son divertidas y entretenidas, son muy efímeras. Son básicamente pequeñas viñetas en el primer acto, pero luego todo se trata del paso de Walter por Groenlandia, Islandia y más tarde, el Himalaya.

La apuesta es muy baja para una historia que involucra fantasía y viajar por el mundo. Se trata básicamente de un tipo que quiere invitar a salir a la mujer del cubículo de enfrente y cuya tarea principal es encontrar un negativo fotográfico de modo que LIFE no tenga que usar una imagen diferente para su portada final. Todo es mucho ruido y pocas nueces, aunque se podría argumentar que al hacer las apuestas tan mundanas como la vida cotidiana de Walter, la película de alguna manera está tratando de ser más sencilla para identificarse con los cinéfilos de todos los días.
 


Hay momentos de liberación emocional proporcionados por algunas de las aventuras reales de Walter, ya sea cuando suena la canción Space Oddity de fondo mientras se apresura a subirse a un helicóptero, o andar en patineta en un hermoso paisaje. Las situaciones de tranquilidad entre Stiller y Wiig son agradables y dulces, pero el personaje de ella es básicamente una idea y no una persona, sin personalidad discernible real. Por otro lado, el personaje de Penn es la personificación del machismo y la autosuficiencia, y al actor ganador del Oscar le queda a la medida. Es un papel pequeño, guardado para la recta final de la cinta, pero que vale la pena esperar para verlo.

Técnicamente, la parte visual del filme es impresionante gracias a la cinematografía poética de Stuart Dryburgh. El estilo de dirección de Stiller es una mezcla de Spike Jonze, Michel Gondry, Wes Anderson, e incluso un poco de Woody Allen. Es un intento admirable, pero uno sospecha que alguno de esos cineastas antes mencionados habrían tenido un control más fuerte sobre el balance de la narrativa de los géneros (drama, comedia romantica, fantasía y aventura) que Stiller intenta mezclar aquí.

The Secret Life of Walter Mitty es una película dulce cuya intención es inspirar y animar a su público, pero se acerca a su mensaje con la misma sutileza que la elevación del azúcar en una persona. Tiene muchos momentos entretenidos y entrañables. La mayoría de sus problemas vienen desde el papel, pero aún así, es un escape digno de nuestra rutina diaria, sólo que no tan grande como muchos esperaban. 


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